El puñetazo impactó contra sus hermosos rasgos...Ella tropezó y calló ante el portón de la iglesia grotesca. Las mangas de su blusa se mojaron en el charco sucio, y sus manos quedaron sumergidas, solo visibles por su blanca piel, parecían los vientres de dos ranas muertas yacientes en el fondo del agua estancada. Su pelo, mojado por la lluvia, tapaba su rostro en cascadas negras contra el suelo de piedra. Sus rodillas desolladas como dos rosas lloraban de rojo el suelo bajo su falda, casi gritaban el hurto que se acababa de cometer. Ante las escaleras, dos figuras grises, erguidas como gigantes, miraban sin ver a aquella joven tirada como un gato herido, solo sostenida por sus firmes brazos.
- ¿No tienes nada que decir? - intentaron reír, ella oyó sus carcajadas. Risas...¿porqué? Esas gárgolas desconocían que era, desconocían la vida. En sus gorgoteos solo mostraban sus miedos y temores, su desprecio hacia la propia existencia, su miedo a respirar y entender que respiran. Ese miedo es el que les deformaba la sonrisa, la sonrisa que permanece en la marioneta aunque le cortes los hilos - ¿No vas a llamar a tu príncipe azul? - sus palabras sonaron con una ironía hueca al igual que sus miradas.
Ella giró la cabeza lentamente hacia aquellos monstruos inexpresivos. Un reguero de sangre le resbalaba por la comisura de los labios, carmín besando el vacío gota a gota junto a las lagrimas incesantes del cielo. Sus grandes ojos oscuros mostraban una fría determinación. Se quedo allí, inmóvil, aguardando a la muerte.
Un ser descomunal avanzó entonces entre los arcos y las columnas del exterior del patio. Poco a poco, se acercaba a ellos por la espalda. Traía un silencio, el silencio que solo reconocen aquellos que temieron, aquellos que lloraron, aquellos que probaron el sabor de un latido antes de quedarse ciegos. Andó a cuatro patas pocos metros, luego, se quedo inmóvil, quieto como un guardián. Acechante como un espectro. Abrió sus ojos, azules como el mar profundo, fieros como los de un animal y serenos como los de un hombre, y la miró, a ella, y ella le devolvió la mirada. Con ello bastó.
Arrastro su cuerpo, sus piernas arañadas aun parecían bellas bajo la mortecina luz de la luna, y se puso en pie. Su vestido raído y ensangrentado ondeo con el viento que comenzaba a levantarse. Se remangó la blusa y les miró desafiante.
- Habéis cometido dos errores. - una ráfaga le despegó el pelo de la cara - El primero, fue creer que necesito un príncipe. - Dio un paso hacia el frente y flexionó las rodillas. El enorme gato se agazapó preparado para saltar. - Y el segundo fue pensar que si lo tuviera - entornó los ojos - vestiría de azul.
En el momento en que embistió un relámpago ilumino al enorme león, que rugió abalanzándose sobre las dos bestias y las despedazó entre zarpazos y dentelladas sin darles tiempo a comprender...
Fue ahora ella quien quedo quieta escuchando los truenos y observando aquel espectáculo...¿inhumano? ¿por qué?. Mientras se deshacían las facciones, los huesos quebraban, se convertía la carne...no desparecían las almas de aquellos que carecen de oídos para escucharlas, solo fueron despojados de su miedo. Entre horrible agonía, se les concedió la libertad.
Cuando todo acabó, el león volvió a mirarla con aquellos ojos, inmutable, y se dio la vuelta, alejándose. Cuervos comenzaron a descender desde lo alto del campanario, volando en circulo sobre la carnicería.
Ella le acompañó descalza sobre la fría calzada, sin mayor sostén que la bruma infinita y su mano sobre el lomo de aquel amigo, hasta que fundiéndose con la lluvia y las sombras abrazaron la noche.
Mientras, regueros de sangre discurrían entre los adoquines de la plaza...sangre azul.
L.G

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