sábado, 16 de junio de 2012

Logos ^,..,^


¿Realmente elegimos a las personas que nos acompañaran en la vida?

Muchas veces creo que sí. Buscamos gustos parecidos, mentalidad similar, percepción concorde con la nuestra…y sin embargo, siempre hay agujeros de incertidumbre. Alguno aparece. Ya no solo el hecho de que odio y afecto estén separados por una línea muy fina, tal es que se puede encontrar cierto regocijo mutuo en las cabronadas entre dos universitarios o los chinches entre infantes pero,  lo que realmente me frustra, es el tiempo.

No siempre es un aliado, porque el tiempo efectúa un lento descenso hasta el cariño. Irremediablemente, cuanto más tiempo pasamos con alguien, mas nos interesamos en establecer con esa persona un vínculo, puesto que por algún motivo debemos compartir esa etapa con ella. Y por gracia o desgracia, este vínculo proporciona un conocimiento del contrario que se acentúa cuanto más largo sea el periodo de confrontación entre ambas personalidades, hasta que finalmente se crea una dependencia vital de ese apéndice de tu mente exógeno que es un amigo.

Y esto es lo preocupante porque, ¿qué influye en esa conexión? ¿Los gustos? ¿La mentalidad? No voy a negar que resulte reconfortante converger con alguien en ideas, pero es que incluso discrepar con ella en principios puede prender la mecha del aprecio.

Y luego está el asunto de los amigos de la infancia, que son de tu familia por cojones, porque el cariño vino con el tiempo y ahí sigue latente, y porque, en el fondo, el tiempo hizo que no haya otra persona con la que te hables igual que con él o ella. Y no importan los gustos o las aficiones, solo que te importe y que le importes (una pena que nunca lo haya experimentado, lo de tener un amigo de la infancia digo..)

Esto también se aplica a la familia, pero en mi estado de rebelión adolescente no creo que pueda escribir con objetividad sobre ello….así que mejor me callo mi opinión sobre el amor imbuido.

Aun así, me sigue resultando insoportablemente difuso el pilar ilógico en el que se sustenta el cariño. Porque no puedo guiarme por absolutamente ningún parámetro para poder elegir a un amigo o a un amor, solo una punzada en el pecho o murciélagos en el estomago (me resultan más amenos que las mariposas).

 
El caso es que sentirse confuso forma parte del aprecio como dudar forma parte de la razón (lo mismo es). Al fin y al cabo, y haciendo alegación a una frase que escuche a un estimado profesor mío, “si tuviera que decir una característica común a todos los seres humanos diría que somos inseguros”.

Pero cuando alguien acomete actos completamente desinteresados por ti, cuando alguien defiende tu integridad incluso por encima de la suya, cuando alguien muestra interés por tu estado, cuando te hace reír y aunque mida metro noventa o cincuenta no puedes evitar mirarle como si vuestros ojos estuvieran alineados, ese alguien es un amigo. Y da igual lo que te aporte, solo que te soporte…

Dedicado a dos pánfilos que hay en mi clase, ¿veis como si que me pega estudiar filosofía?



Porque los amigos también están en los buenos momentos.

D.G

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