sábado, 2 de junio de 2012

My muses ^,..,^


No sé si es correcto empezar a escribir contando una pálida y débil reflexión a raíz de una experiencia triste. Por desgracia, el arte es el único medio que poseo para derramar la tinta que nubla mis sentidos y tizna mi realidad y poder vislumbrar entre estrías de luz lunar lo que realmente siento. El ser humano es incapaz de apreciar la realidad como se la han dado, y la mentira, en mi opinión, es nuestro modo de sobrevivir al verdadero tormento de nuestra especie que a la vez nos hace más dignos y valientes: nuestra consciencia de la muerte. A distintos niveles y de inapreciables o de “cantadas” formas nos mentímos a nosotros mismos, subjetivando la realidad y a veces temiendo pensar demasiado. Por desgracia, al igual que está en nuestra naturaleza mentir lo está dudar, y no podemos escapar de las cuestiones que se nos plantean. Mentira y duda son componentes del ser humano, una resultado de la otra o viceversa, no lo sé, aun pretendo averiguar qué relación hay entre ellas, (no, a mi tampoco me complace escribir como si fuese humano^,..,^). Pero de esto hablare más adelante, porque es más un hecho que la cuestión que me entristece hoy, y me permitiréis ponerme un poco poético porque quiero hablar de mis musas.

Actualmente curso primero de bachiller y, la historia de mi vida, las unicas personas a las que puedo llamar amigas pertenecen a un curso superior. Hare alegación a otra persona muy importante para mí que he conocido recientemente pero que no comparte historia con ellas aun, es por ello que no la mencione.

Estudio en un antiguo convento convertido en institución pública entre los años cincuenta, incluso antes, lamento no recordarlo. El lugar en si me llamo la atención por ser un entorno tan misterioso e inspirador, con los cadáveres de frailes dominicos durmiendo bajo nuestros pies a la par que palomares sobre nuestras cabezas repletos de estas aves que levantan el vuelo al resonar timbre entre las paredes llenas de historia y cultura. Me apasiona nuestro pequeño y cuadrado patio de recreo, un jardín adornado con naranjos y una fuente en el centro que recuerda más al estilo árabe de las mezquitas que al eclesiástico. Los siete pecados capitales nos miran desde sus puntos álgidos sobre los arcos del patio en forma de caras esculpidas de grotesco gesto, y las clases y distintas aulas son las habitaciones y capillas que conformaron en el pasado el lugar de oración de estos frailes. En este lugar de ensueño me abrieron su mente las dos personas de cuatro que hoy por hoy poseen mi corazón, y que ayer obtuvieron su merecida graduacion, para volar lejos a cumplir sus sueños. Pero nuestra  historia se remonta mucho más atrás.





Mi historia comenzó en un mundo blanco, de una falsa pureza asfixiante. Hería a los ojos con su monotonía, y su frialdad me envolvía como una tormenta helada. Lleno de formas traicioneras del mismo color, que apenas significaban nada para mí, no podía verlas ni saber cuándo atacarían. Y resistía, ciego sin serlo, pues cerraba los ojos. Con frecuencia encontraba allí la oscuridad suave y llena de matices que poblaba mis pensamientos. Pero fuera de mi mente, el mundo estaba vacío, y perdía el interés por él, por mi propia existencia. Un niño vacio, sin experiencia, yermo de sensaciones, que se recreaba en su propia apatía, inmune al dolor. Mirase donde mirase, las nieves de mi realidad me envolvían. Sin embargo, dentro, la corrosión de mi soledad pudría los pilares de mi razón que se derrumbaban, silenciosos, sin que yo lo notase. Y solo entonces era una presa fácil para los depredadores de la nada.
Pero todo eso cambió cuando una pequeña niña de cabellos negros y ojos fríos caminó hacia mi recortada desde el horizonte de aquella explanada inalterable. Y al mirar aquellos ojos de hielo entendí que ya no estaba solo. Ella mancho de tinta negra todo ese mundo despreciable para que yo pudiese apreciarlo. Ella, sacerdotisa de las tinieblas, me rescato con su oscuridad redentora. Ella me dio ojos para ver, y un mundo que apreciar.
Pero mi sacerdotisa tuvo que marcharse y me dejo solo en la oscuridad. Ya no temía al mundo visible, y por ello busque. Me resulto estimulante, pero pronto comprendí que yo no era el único que buscaba, mi mente también. Intenté comprender porque me sentía tan desamparado, ni en mi vista  ni en mi pensamiento encontraba respuesta. Me preguntaba que parte de la realidad escapaba de mi entendimiento. Exploré por aquellos paramos, y la encontré, cuando me hallaba perdido entre la maleza de una selva oscura.
Me miraba con sus irisados ojos ambarinos. Felina y salvaje como un lobo, esa maravillosa mestiza se compadeció de mí y me acogió entre sus brazos cuando me hallaba perdido. Poseía garras y varias hileras de dientes, si, y sin embargo, su magnífico pelaje ocultaba, arraigado en su pecho, el corazón más grande que jamás pudo ostentar ningún purasangre. Ella, loba felina, guardiana del bosque, restituyo en mi cuerpo la compasión que había perdido hacia siglos. Ella me cedió la mitad de su propio corazón para que yo pudiera amar.
Pero también hubo de irse, y me dejo solo en la maleza. Salí de la jungla y recorrí senderos oscuros. Los caminos se dividían sucesivamente y me perdían en los cruces. Confuso sentí angustia, y me asusté, poco familiarizado con los sentimientos que enraizaban en mí ser y confundían mis sentidos. Mi mente rechazaba mi corazón, y este era envenenado con la tinta que aquel medio sombrío había empezado a verter en mis arterias. Débil como estaba empecé a perder mi visión, mi corazón herido pendía de mis tejidos emponzoñados venciéndose por su propio peso. Mi mente, enloquecida por el dolor, ya no era un lugar seguro. Deliraba y la corrosión me venció en uno de los cruces, donde quede tendido.
Se movía de un modo infantil, risueña, mientras su pelo rojo alborotado parecía flotar a su alrededor. En su espalda asomaba una pequeña ala blanca, una sola, de aspecto informe, una metamorfosis inacabada, inservible. Y para acentuar más aun su asimetría, uno de sus iris, de un verde seco, poseía una mancha oscura bajo la pupila. Esa bruja extraña y angelical extrajo un botecito colgado en su cuello, se humedeció los labios con el fluido oscuro que contenía y me beso en la frente. El alivio fue inmediato y desperté del sueño de la locura. Sin mediar palabra, la bruja me dedico una sonrisa divertida y se fue tarareando y brincando por uno de los caminos hasta perderse en la negrura. Poco después comprendí que me había hecho. Esa pequeña brujita había equilibrado mi mente con mi corazón al verter tinta también en ella. Ella me había dado la comprensión de mi mismo que anhelaba.
Feliz de sentirme completo, no me percaté de que dos pequeños bultos habían aflorado en mi espalda.
Tras seguir avanzando sin rumbo fijo, fui a parar a un hermoso cementerio. Las lapidas cubrían la tierra oscura como puertas a otras eras. Sobre la colina, el mármol blanco de un panteón reflejaba una luz fantasmal. Subí por la ladera resbaladiza hacia el edificio, pero bese el suelo antes de alcanzarlo. No sentía las piernas. Intente arrastrarme pero había perdido toda mi fuerza. Mis ojos se posaron sobre mis manos, y el terror se apodero de mí. Las tenía completamente necrotizadas, y empezaba a extenderse hacia el tronco. La tinta había envenenado ya mis miembros que morían bajos su flujo corrosivo. ¿Cómo había podido pasar? ¿Me había estado engañando todo este tiempo? ¿De verdad había creído que mi cuerpo podría vivir con tinta en lugar de sangre? Todo esto había sido un sueño, una lenta agonía hacia la muerte, una dulce mentira para ocultarme el hecho de que me estaba muriendo, lenta e inexorablemente.
Vencido me deje mecer por las dudas. ¿Había sido real todo esto? La sacerdotisa, la gato-loba, la bruja, mi mundo blanco, mi mundo negro… ¿O formaría parte de otro fantástico sueño? ¿Despertaría al fin? ¿Y qué me esperaba al otro lado? Dos lágrimas negras resbalaron por mi mejilla y cerré de nuevo los ojos, como antaño, buscando esa seguridad que me arropó cuando el mundo brillaba con demasiada fuerza, y yo, una sombra vacía, lo acariciaba sin dejar vestigio  alguno de mi paso. Quise fundirme con esa nada, quise desaparecer, desintegrarme en aquel mismo instante. Los latidos de mi corazón maltrecho se iban extinguiendo, y yo, lejos de sentir desazón por ello, me deje llevar hacia el vacio, hijo de la nada, que retorna a su verdadera esencia…
…y sin embargo, no desaparecí.
Todo quedo en silencio para mí, pero lo escuchaba, oía el silencio, y era consciente de su peso. No era vacio, pues podía pensar. Poco a poco recuperé la percepción, y sentí un sabor metálico en la boca. Estaba tragando, tragaba algo con voracidad inconsciente. Succionaba con fervor. Cuando intenté abrir los ojos, un leve pestañeo, fui arrojado por el aire y caí de espaldas contra la puerta del panteón.
Aturdido entorne los ojos para vislumbrar al artífice de tal contusión. Y ante mí, recortada por la luna llena, se erguía una vampira de larga melena negra, ojos oscuros y un porte abrumador. Se sostenía la muñeca, ensangrentada. Sus ojos osados me miraban con decisión, sin embargo, lagrimas de sangre besaban sus mejillas. Tras ella tres figuras se mantenían apartadas. La sacerdotisa permanecía erguida como el mármol. Junto a ella, gato-loba agachada movía la cola en gesto curioso. Sentada en una de las lapidas, balanceando las piernas adelante y atrás, la brujita observaba.
La vampira alzo la cabeza y se dirigió a mí con reproche:
-Has tardado mucho en despertar - giro y me miro por encima del hombro - llegamos tarde, si quieres seguirnos, tendrás que correr muy rápido.
Dicho esto reapareció al lado de sus compañeras en un movimiento rapidísimo,  me dedico una media sonrisa desafiante y volvió a desaparecer. La felina aulló a la luna inmensa y corrió tras la vampira. La sacerdotisa se dio la vuelta y se desvaneció en las sombras. La pequeña bruja se elevó en el cielo con su escoba, dejando la estela de su risa cantarina a su paso.
Me levante como pude, aun estaba muy débil. No podría seguirlas jamás, notaba la espalda y las piernas pesadas, torpes. Di la espalda, conteniendo las lágrimas. Y entonces, pude ver mi sombra proyectada por la luz lunar. A mi espalada sobresalían dos enormes alas. Me volví sobresaltado y comprobé que era capaz de moverlas a mi voluntad. Su plumaje grisáceo reflejaba un brillo plateado en la noche. Formaban parte de mi, al igual que mis cuatro musas.
De un aleteo me posé sobre el panteón cara a la luna y extendí mis portentosos miembros.
-Da igual cuanto os alejéis, yo os alcanzare.
Y me lancé hacia la oscuridad de la noche guiado solo por el único de mis atributos que es razón y locura, idea y sentimiento, luz y oscuridad, todo al mismo tiempo…
…el amor.
Fin
Representáis cada una un pedacito de mí. Vampira, bruja, gato-loba y sacerdotisa sois. Razón, locura, luz y oscuridad simbolizáis en mí. Sin vosotras estaría incompleto y por vosotras es que puedo volar todas las noches.
Gracias por existir, solo con vosotras alcanzo la inmortalidad.


Siempre vuestro, allá donde vayáis.


Vivimos la vida como la imaginamos
D.G.

 

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